Por Eduardo Agüero Mielhuerry.
"Ellas y ellos estuvieron…" - Manuel Escalada
Por Eduardo Agüero Mielhuerry.
Cultura y educación14/03/2024NdAManuel José de Escalada y de la Quintana nació en Buenos Aires el 17 de junio de 1795. Fue hijo del porteño Antonio José de Escalada y Sarria -viudo de Petrona Salcedo Silva-, unido en segundas nupcias con Tomasa de la Quintana y Aoíz. Manuel tuvo cuatro hermanos: María de los Remedios, Mariano, María de las Nieves y José Ignacio Wenceslao; y tres hermanastros: María Luisa, María Eugenia y Bernabé Antonio Jesús.
Estudió en el Colegio de San Carlos de la ciudad de Buenos Aires y, en 1812, ingresó al ejército como Alférez de la Primera Compañía del Primer Escuadrón del Regimiento de Granaderos a Caballo, al mando de su futuro cuñado, José Francisco de San Martín.
Junto a su hermano Mariano luchó en la Batalla de San Lorenzo -3 de febrero de 1813-, y prestó servicios en el asedio y rendición de la plaza de Montevideo.
Los hermanos Escalada hicieron la tercera expedición auxiliadora al Alto Perú. Por su parte, Manuel integró el Ejército del Norte, asistiendo a los combates del Tejar, Puesto del Marqués, Venta y Media y Sipe-Sipe. Después de las derrotas, cubrió la retirada del ejército a través de la Quebrada de Humahuaca con sus granaderos
El mensajero…
Con el grado de Sargento Mayor del Ejército de los Andes, Escalada combatió en Chacabuco, siendo parte de las cargas de caballería. Tras la batalla se le ordenó notificar del éxito al Director Supremo de las Provincias Unidas, en Buenos Aires. La orden fue cumplida en tiempo record pues partió de la Cuesta de Chacabuco la misma noche del 12 de febrero de 1817 y el 14, es decir casi dos días después, a las tres de la tarde, desplegando una bandera prisionera española, apareció exclamando “¡Victoria!” en la plaza de Mendoza. El viaje restante hasta Buenos Aires lo realizó con la misma celeridad, y llegó a la ciudad a las tres de la tarde del 26 de febrero. Con euforia y sin pausa, en definitiva recorrió unas 310 leguas, unos 2329 kilómetros en poquísimo tiempo.
Peleó en el asalto de Talcahuano, en Cancha Rayada y después de la batalla de Maipú, Manuel Escalada rompió su propia marca haciendo el recorrido en sólo doce días, convirtiéndose en un arquetipo del Arma de Comunicaciones, todo un héroe popular.
El 22 de julio de 1818, en Buenos Aires, Manuel Escalada contrajo matrimonio con Indalecia Mercedes de Oromí y Lasala, con quien tuvo once hijos: María Antonia Tomasa, Manuel María, María Mercedes Manuela del Corazón de Jesús, Agustina Cirila Buenaventura, Pedro Antonio León del Corazón de Jesús, Tomasa Teodosia, Indalecia Sebastiana, Rafaela Petrona del Corazón de Jesús, Mariano Policarpo, Juan Ramón Antonio de los Reyes y Dolores Elísea.
Tras participar en la segunda campaña al sur de Chile, fue ascendido a Coronel y llegó a comandar el Regimiento de Granaderos.
Participó en varios de los conflictos del año ’20, y acompañó al gobernador Manuel Dorrego en su campaña a San Nicolás de los Arroyos y a la provincia de Santa Fe. Pasó temporalmente a retiro pero volvió a tomar las armas como oficial de caballería en 1825, en el Ejército de Observación destinado a la Guerra del Brasil. Estando en ese destino, representó al presidente Rivadavia ante el gobernador entrerriano Juan León Solas, amenazado por el general Ricardo López Jordán (padre), y le ayudó a conservar el poder, pasando luego el gobierno a Vicente Zapata.
A fines de 1828 participó en la revolución unitaria del general Juan Galo de Lavalle -de quien fue ministro de guerra- contra el gobernador Manuel Dorrego.
Tras la caída de Lavalle, a diferencia de los demás oficiales, no se exilió, ya que su fortuna lo ponía a cubierto de los ataques de sus enemigos. Fue también ministro de guerra del gobernador Juan José Viamonte. Durante el segundo gobierno de Viamonte y el de Manuel Vicente Maza, fue comandante general de marina de la provincia.
Durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas no participó en política y se retiró a una estancia. A pesar de saberlo unitario por acción y convicción, el Gobernador no lo molestó.
Después de la Batalla de Caseros, Manuel Escalada fue ministro de Guerra del gobernador Vicente López y Planes. También fue Presidente de la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires. Organizó la Guardia Nacional; pronto se unió al Partido Unitario y fue nuevamente ministro de Guerra y Marina del gobierno de Pastor Obligado.
Ese año fue ascendido a General y asumió el mando de la Frontera del Sur. Pronto firmó un tratado con el cacique Juan “El Joven” Catriel. Como el cacique Juan M. Cachul, amigo de éste, no reconociera el tratado, hizo una campaña hasta las tolderías, para invitarlo a aceptar la paz. Este tratado fue una de las causas que lo enfrentaron a Bartolomé Mitre.
El Azul como destino
Designado Comandante en Jefe de la Frontera Sur, el general Manuel Escalada llegó al Azul en septiembre de 1856, desde donde se dedicó a restablecer las relaciones con los indios, que se habían interrumpido después de los combates de Sierra Chica y San Jacinto. Conocedor de las virtudes del coronel Ignacio Rivas, lo envió a negociar con los caciques Catriel y Cachul, que estaban establecidos por la zona de Guaminí. Poco después, Catriel (nombrado “Cacique Mayor y Comandante General de los Pampas”) y Cachul se establecieron con su gente en las inmediaciones de los Arroyos Nievas, Tapalqué y Azul. Además de los nombramientos militares, el tratado incluyó remuneraciones, la asignación de los “vicios de costumbre” (yerba, tabaco, sal, etc.) y las raciones comestibles (yeguas, vacas, harina, etc.), estableciéndose y fortaleciéndose asimismo el comercio entre ambas partes.
En el pueblo del Azul se celebró el Tratado con un Tedeum y un gran asado de carne con cuero en la Plaza Mayor (hoy Gral. San Martín).
Escalada propuso a la Corporación Municipal dos iniciativas. Por un lado planteó crear un establecimiento sedentario de indios en las proximidades del pueblo, y por otro la construcción de un nuevo templo en reemplazo de la precaria Iglesia.
Tratado de Paz
Con respecto a las tierras, en el artículo segundo del Tratado se estipuló que “(…) las tribus de dichos caciques, con la venia y consentimiento del gobierno, se establecerán al oeste del arroyo Tapalqué, en un área de veinte leguas de frente y veinte de fondo, cuyos límites se fijarán por el ingeniero del Ejército, si es posible que sean naturales, y con asistencia de ellos; los cuales el general en jefe, se los dará en propiedad a las mencionadas tribus, para que vivan allí pacíficamente ejerciendo su industria y cultivando la tierra para su sustento.”.
Así, el gobierno les reconoció a los catrieleros derechos sobre una extensión de tierras de cuatrocientas leguas cuadradas (casi un millón de hectáreas) situadas al Oeste del arroyo Tapalqué, cuyos límites debían ser establecidos más adelante. Sin embargo, el deslinde proyectado nunca se realizó y subsistió un desacuerdo básico entre las autoridades gubernamentales y los caciques sobre la localización de las tierras indígenas. En efecto, Bartolomé Mitre pretendía que los campos para “correrías y boleadas” estuvieran alejados entre veinte y treinta leguas del territorio poblado por los criollos y que dejaran libre “(…) todo lo que comprende desde los caminos de Tandil a Bahía Blanca y Patagones hasta la costa del mar”.
En contraste, los caciques Catriel y Cachul consideraban que, mediante el citado tratado, el gobierno les había reconocido la propiedad de las tierras situadas inmediatamente al Oeste de Sierras Bayas: “(…) nuestros campos quedan por Usted (el general Escalada) reconocidos a nombre del Supremo por legítima propiedad de la Sierra de Cura Malal hasta la de Bayucura, sirviendo esta ultima de límite para ambos sin poder traspasar esta línea ni los cristianos a esta parte ni los indios a la otra por ningún pretexto, y solamente podrán unos y otros pasar a comercio (…) Creo Señor General que respetando Usted nuestros derechos como yo y mis tribus, los de los cristianos queda la paz arreglada bajo las voces acordadas.”.
Por otra parte, convencido de la necesidad de insertar a los originarios a la vida “civilizada”, Manuel Escalada compró a la Corporación Municipal del Azul, de su propio peculio pero en representación del gobierno de Buenos Aires, una extensión de tierra en la traza del pueblo, situada al Oeste del Arroyo Azul.
“Villa Fidelidad”
Aquellas tierras adquiridas al Azul, Escalada resolvió donarlas a las familias que obedecían las órdenes de los caciques Catriel y Maicá. Esperando la pacificación y vida armoniosa, Manuel repartió cien solares de 50 varas (antigua medida que ronda los 0.86 metros) de frente y 50 de fondo cada uno. Asimismo estimó la construcción de una capilla y reservó una manzana de cuatro solares a dos cuadras del Arroyo para una Plaza (en la prolongación de las actuales calles San Martín e Yrigoyen).
La adjudicación se hizo por escrito, en documentos que revestían el carácter de títulos provisorios de propiedad, y bajo la condición expresa que el inmueble donado no podía ser vendido bajo ningún concepto, título ni causa. La Corporación Municipal, el 18 de octubre de 1856, en sesión ordinaria, aceptó la propuesta del general Escalada, pudiéndose considerar a dicha fecha como el día oficial de la fundación de “Villa Fidelidad”, nombre a través del cual Escalada pretendía dar un mensaje a propios y ajenos.
La tercera Iglesia del Azul
El segundo edificio de la Iglesia, en evidente estado de ruina, fue de muy precaria construcción y no duró más de veinte años. Esta situación hizo pensar al general Manuel Escalada en la necesidad de una nueva construcción. Era entonces cura párroco el Presbítero José Riccardi, quien había sido designado en mayo de 1854.
En una nota dirigida al presidente de la Municipalidad, Francisco Eliseo, con fecha 14 de octubre de 1856, Escalada afirmaba: “...es deber primero de las autoridades de un pueblo, propender al mayor lustre del culto, elevando templos dignos del Señor, conservándolos en estado que honren a la sociedad y revele su moral y sus creencias religiosas. Con estas convicciones me permito dirigirme a la Municipalidad, para invitarle a promover una suscripción general en el pueblo y su campaña, con el objeto de levantar un nuevo templo...”.
La Municipalidad puso a consideración el ofrecimiento del General y acordó por unanimidad:
“Art.2º: Nómbrase a los vecinos D. Jacinto Juárez, D. Manuel Vera, D. Marcelino Riviere y D. Pedro Pourtalé, para formar un registro de suscripción en el pueblo (...)
Art. 5º: Comuníquese al señor General Escalada para que promueva la suscripción prometida entre los individuos del ejército (...)
Art. 7º: Procédase a encargar la formación del plano y presupuesto de la obra (…)”.
El Presbítero Román Vicente de Robles se hizo cargo de la Parroquia de Azul el 17 de diciembre de 1856. Durante la construcción del nuevo edificio, la Iglesia se trasladó a una humilde propiedad en la esquina Sur de las actuales calles 9 de Julio y Moreno, que en esa época perteneciera a la familia Mateoni. Una Comisión Pro Templo se “puso al hombro” la construcción de la tercera iglesia de Azul, “animados todos de un entusiasta deseo de trabajar por la pronta construcción de la iglesia de Azul”.
La demolición del segundo edificio se realizó entre julio y noviembre de 1859 y el 3 de diciembre comenzaron las obras de albañilería.
El Presbítero Eduardo Martini, de nacionalidad italiana, llegó al Azul en febrero del ’62 y pronto se incorporó a la Comisión Pro Templo constituida por: Manuel Vega Belgrano -como presidente-, Vicente Pereda, Alejandro Brid, Martín Abeberry, Juan Lartigó, Marcelino Riviére y Aureliano Lavié.
El flamante templo, cuyo arquitecto fue Aurelio López Bertodano, aunque no había sido culminado definitivamente, fue bendecido, según consta en el Libro de Actas, el 25 de marzo de 1863, a las 11:30 de la mañana. Empero su principal impulsor, el general Manuel Escalada, ya no estaba por los pagos para ver su obra…
Predicando con el ejemplo
Uno de los aspectos más sombríos de la azarosa vida de las poblaciones de frontera fue la suerte de las mujeres tomadas brutalmente en cautiverio por los indios. En la historia azuleña abundaron los episodios violentos desencadenados por los indios, muchos de los cuales terminaron en extensas negociaciones a través de las que, muchas veces, se lograba recuperar a algunas mujeres y niños -y también hombres- arrancados de sus hogares en alguno de los tantos desenfrenados malones que solían dejar huellas de sangre y dolor.
Ese dolor estuvo en las preocupaciones del general Escalada y fue así que promovió un movimiento de ayuda en el Azul. Los vecinos respondieron al llamado del Jefe de la Frontera llevando a cabo una suscripción, que permitió juntar una buena suma de dinero para negociar el “rescate”.
El primer contribuyente fue el propio Escalada. Le siguieron todos los vecinos del pueblo sin excepción. Respetado por su condición de “maestro” y guiado por su espíritu colaborador e inquieto, a poco de llegar al Azul, Miguel Ituarte se involucró de inmediato con las necesidades y proyectos de la comunidad. Así fue como, en 1856, contribuyó con todos sus alumnos a la colecta para reunir fondos para rescatar cautivas. La suma reunida en el precario establecimiento educacional llegó a los doscientos sesenta y cinco pesos. Ituarte afirmó a los miembros de la Corporación Municipal que esa suma era “la débil cooperación con que los alumnos desean contribuir al rescate de las cautivas sus compatriotas y parientes muy inmediatas algunas, habiendo recibido con entusiasmo sus juveniles almas el conocimiento de la noble y humanitaria medida iniciada por el señor general Escalada, cuyo nombre honorable no se olvidará ya jamás a los discípulos a juzgar por los espontáneos y naturales sentimientos de simpatía que les ha inspirado”. Del folleto titulado “‘Suscripción patriótica’. Promovida por el General Escalada para el rescate de cautivas en poder de los indios barbaros, y para promover la paz con las tribus enemigas”, publicado en la Imprenta de “El Orden” (Buenos Aires) en el año 1857 por la Comisión Colectora, más allá de los datos detallados y significativos que recuerdan el aporte realizado por cada ciudadano para el noble objetivo, se destaca una carta del general Escalada que reza:
“Al Sr. Presidente de la Comisión Administradora de los fondos para el rescate de cautivas, D. José Martínez de Hoz:
He tenido la satisfacción de recibir la nota de Ud. de 16 del presente, a la que acompaña la cuenta de entradas y salidas de fondos donados con aquel objeto, formada por el señor tesorero de la comisión, por la que se ve la existencia que se halla depositada en el Banco de mil trescientos setenta y dos patacones y un real fuertes, y doscientos sesenta y un mil cincuenta y cinco pesos cinco reales en moneda corriente; adjuntando además una nota de los objetos que se hallan en el Azul al cargo del respetable comerciante D José María Medrano; quedando por recolectar algún ganado y dinero en la campaña.
Así mismo manifiesta Ud., que habiendo la Comisión llenado su misión, desea para su satisfacción que aquellos documentos se publiquen, y que por mi parte disponga de los fondos y demás objetos existentes.
Si bien me es satisfactorio reconocer y agradecer por mi parte la abnegación y delicadeza con que los Señores que componen la Comisión han desempeñado aquella humanitaria y sagrada misión, apruebo también desde luego el pensamiento de que sean publicados esos documentos para satisfacción de los donantes y de la opinión pública, interesada como debe suponerse, en el conocimiento de todo lo obrado, que ha dado frutos importantes, aunque no completos como lo deseábamos.
Mas, determinado también, como lo están los Señores de la Comisión, a desprenderme de toda inteligencia en el capital existente en el Banco, como así mismo de toda injerencia en negociaciones de indios, en razón al estado débil de mi salud, creo que sería conducente solicitar del Excmo. Gobierno el que la respetable Comisión de Hacendados se recibiese de todos los fondos a premio y demás existencias, las que en oportunidad serían empleadas en el rescate de las desgraciadas cautivas en poder de Calfucurá, a cuyo logro servirían muy eficazmente los conocimientos prácticos, extensas relaciones, y alta importancia de los Señores que forman la Comisión de Hacendados.
Dios guarde a Uds. muchos años. Manuel Escalada.”.
Últimos años…
Después de desempeñar una meritoria tarea en el Azul, se trasladó a Buenos Aires aquejado por algunos problemas de salud.
En 1858 se radicó en Paraná donde fue elegido Senador Nacional. Participó en la campaña de Cepeda del lado de la Confederación, aunque logró autorización de Justo José de Urquiza, para no tomar parte en la batalla. Después del Pacto de San José de Flores pasó definitivamente a retiro. Agobiado, volvió a Buenos Aires, donde progresivamente su salud se fue deteriorando y hacia 1865 quedó completamente ciego.
Manuel Escalada falleció el 13 de diciembre de 1871. Sus restos descansan en el Cementerio de la Recoleta.
MÁS INFORMACIÓN EN: www.historiasypersonajesdelazul.blogspot.com
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