“Azul hizo lo que nadie se atrevió: convertir a Cervantes en política pública”

Juan Rodríguez - El Toboso, España.

Cultura y educación21/06/2025NdANdA
Ciudad Cervantina

En el corazón manchego de El Toboso, el pueblo que guarda la memoria de Dulcinea, el cervantista Fernando Redondo Benito lanza una afirmación tan potente como disruptiva: “Azul ha hecho lo que ni las grandes capitales latinoamericanas lograron: levantar un modelo de gestión cultural con Cervantes como columna vertebral”.

No se trata de un elogio de ocasión ni de un rapto de romanticismo hispanoamericano. Lo dice alguien que ha sido parte clave en el proceso que llevó a Azul a convertirse en Ciudad Cervantina de la Argentina. Redondo Benito, figura reconocida en los circuitos culturales de Castilla-La Mancha, es también uno de los arquitectos silenciosos de esa transformación cultural forjada a miles de kilómetros de La Mancha, en la llanura bonaerense.

Una revolución en la pampa

La entrevista se da en El Toboso, un sitio donde cada piedra parece remitir al universo del Quijote. Allí, Redondo habla con la claridad de quien no necesita adornos. “Azul no se disfrazó de Cervantes, se convirtió en una ciudad cervantina real”, asegura. Y cuenta cómo conoció el proyecto: “Fue en 2004. Me llegó la noticia de una ciudad argentina con una colección cervantina impresionante que quería declararse Ciudad Cervantina. Investigué. Vi una comunidad movilizada, una biblioteca viva, un festival incipiente y, sobre todo, una visión política. Eso era insólito”.

Redondo supo entonces que Azul no era solo una declaración, sino un proceso. Y se sumó. Desde su lugar, colaboró en tender puentes, facilitar diálogos, abrir puertas en redes internacionales. “Fui facilitador. Interlocutor. Articulador. Nunca quise figurar. Lo hice porque entendí que era histórico. No era mi historia: era la de Azul”, subraya.

Una ciudad cervantina viva

Para Redondo, lo que ocurrió en Azul es único en Iberoamérica. “Azul es uno de los enclaves cervantinos más vitales del mundo. Hizo política pública desde la literatura. Logró impacto territorial a partir de un autor del Siglo de Oro. Eso no existe en ningún otro lugar del continente”, afirma con convicción.

Sin embargo, también reconoce que el proyecto no tiene el reconocimiento que merece. “Azul no grita. No opera. No forma parte del sistema de autopromoción cultural. Azul trabaja. Y eso muchas veces no entra en los algoritmos del prestigio”, explica.

El festival como arquitectura social

En ese ecosistema cervantino, el Festival Cervantino de Azul ocupa un lugar central. “No es un evento: es una arquitectura de ciudadanía”, define Redondo. Y amplía: “Reúne artistas, escuelas, organizaciones sociales. Lo hace con recursos limitados, pero con una energía arrolladora. Es uno de los pocos festivales en América Latina donde la gente se siente parte, no espectadora”.

Detrás de esa construcción colectiva hay esfuerzo silencioso: docentes que programan actividades en sus aulas, artistas que trabajan sin cobrar, gestores que pelean cada peso. “Ese músculo social es lo que sostiene al festival. No el presupuesto”, sentencia.

Cervantes como ética y horizonte

Lejos de ver a Cervantes como un símbolo estático, Redondo lo reivindica como una figura profundamente actual. “Nos enseña a fracasar con dignidad. A resistir con humor. A desobedecer con elegancia. El Quijote es el gran manual de la dignidad humana. Y Azul lo entendió: no celebra a Cervantes, lo practica”, resume.

Un modelo en riesgo, pero con futuro

Ante la pregunta por el futuro de Azul, Redondo no esquiva los riesgos. “El principal es la banalización. Que el reconocimiento lo vacíe de sentido. Azul debe seguir siendo incómoda, local, auténtica. Esa es su fuerza”.

Pero también ve esperanza. “Que siga creciendo desde abajo. Que los jóvenes tomen la posta. Que el Estado acompañe sin sofocar. Y que el mundo escuche sin pedirle que se transforme en otra cosa. Azul no debe adaptarse a los moldes: debe seguir rompiéndolos”.

Azul y El Toboso: un puente cervantino

La entrevista se apaga en la calma de El Toboso. Redondo se despide con el mismo perfil bajo con el que actuó durante dos décadas. Sin estridencias. Su tarea fue la de ayudar a construir sin ocupar. Tejer redes sin buscar protagonismo.

Mientras tanto, Azul sigue creciendo. Lejos del centro, pero cada vez más central en el universo cervantino. Y aunque a veces no lo sepa, parte de ese camino lo hizo de la mano de este cervantista callado, que desde Castilla-La Mancha vio en la pampa argentina una revolución cultural en marcha.

Y tuvo razón. Porque Azul fue, es y —todo indica— seguirá siendo parte esencial del Quijote.

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