"Ellas y ellos estuvieron…" - Pablo Raffetto

Por Eduardo Agüero Mielhuerry.

Cultura y educación03/10/2024NdANdA
Pablo Raffetto

Pablo Raffetto nació en Génova, Italia, el 23 de abril de 1841. Sus padres fueron Nicolás Raffetto y María Berta Picasso. Fue bautizado por el Reverendo Francesco Brignardello Avate, en la Parroquia genovesa de Sant Stefano, siendo sus padrinos Paolo Campodónico y Antonia Podestá.

A los 19 años fundó una Sociedad Gimnástica y se especializó en ejercicios atléticos, siendo sus maestros el luchador profesional, “Anguila” Leonard, y el experto griego en lucha romana, Sicurgo Amato.

Pablo se trasladó a Marsella donde lo contrataron en el “Real Circo” como luchador y por atracción presentó el que luego se constituiría en su número fuerte: el “Disparo de cañón”.

En cierta ocasión llegó a Marsella el francés Roger Cadet, “le roi des luttes du monde” (rey de las luchas del mundo). Pronto se concertó un encuentro entre él y Raffetto, “le cannonier” (el cañonero). Las instalaciones del “Real Circo” fueron colmadas por más de tres mil espectadores; apenas iniciada la lucha, Raffetto echó de espaldas a su antagonista venciéndolo inmediatamente. 

Dos meses después, Raffetto triunfó en un campeonato realizado en Turín con luchadores de varias naciones.

Particularmente fornido, Pablo se había hecho conocido por su habilidad y afición por las “luchas romanas”. Considerado un Hércules, se ganó el apodo de “Cuarenta Onzas” dado el premio en oro que obtuvo. Hallándose en su ciudad natal, leyó unos panfletos publicados por la empresa Giovanni Chiarella en los que se anunciaba al invencible campeón francés de lucha romana, Amateur. Se presentó al empresario y cruzó con él una apuesta de cuarenta onzas (aproximadamente 1 kilo) de oro. El encuentro concertado tuvo lugar en una gran cancha conocida como “de Balón”, en los alrededores de Génova. Una gran concurrencia presenció los tres asaltos tras los cuales Raffetto dio por tierra con su adversario. El público se encendió en una ferviente ovación. Sin embargo, los jueces declararon que la espalda del vencido no había tocado el piso. Entonces, se llevó a cabo un nuevo asalto y a los cuatro minutos Raffetto venció a su contrincante. Pero no lo soltó; lo tuvo tendido en el suelo varios minutos con los brazos abiertos, mientras vociferaba que si no le entregaban el premio no lo dejaría levantarse. Los jueces no tuvieron otra alternativa...

Un próspero horizonte…

A fines de 1867 contrajo matrimonio con su coterránea Luisa Tasso, apenas tres años menor que él. Y al poco tiempo, buscando nuevos horizontes, ambos decidieron viajar a América. La joven pareja llegó a Buenos Aires el 19 de diciembre de 1869 y se hospedaron en el Hotel Marítimo

Meses más tarde Pablo arrendó el “Teatro Alcázar”. En aquel teatro porteño realizó diecinueve espectáculos programados con exhibiciones de “lucha romana”, ejercicios y su popular número del cañón.

Asimismo, en 1870 nació su primer hijo, Antonio.

Terminada la temporada se embarcó hacia Río de Janeiro, donde trabajó con gran éxito. Cuando retornó al Plata, vivió un tiempo en Montevideo.

Pablo y su familia volvieron a la ciudad de Buenos Aires. Él reapareció en el “Teatro Rivadavia” de Barracas, exhibiendo sus particulares habilidades como “forzudo”, pasando luego al “Teatro de París” en la Boca y posteriormente al “Circo Italiano de Chiarini”, instalado en Plaza del Parque.

Pablo andaba por Rosario cuando nació su primera hija, Juana Victoria, que llegó al mundo el 6 de junio de 1872.

Raffetto actuó casi tres años consecutivos en el circo de Chiarini. Allí prosperó económicamente e incursionó como empresario trayendo celebridades mundiales y buscando renovar constantemente los atractivos para el público. Ya como propietario de un circo viajó nuevamente a Brasil y a Montevideo.

De regreso a Buenos Aires alquiló el terreno de Corrientes y Paraná. Allí presentó una gran compañía y con buena fortuna reavivó el interés que había en los espectadores porteños por los espectáculos de lucha. 

Invencible…

Algunos entusiastas del deporte decidieron hacer venir desde Francia al famoso luchador Ceferino “Rayo” Capdevila, para que enfrente a Raffetto. El encuentro entre ambos alcanzó gran resonancia en la juventud porteña. La lucha se llevó a cabo ante la inusitada concurrencia de unas tres mil personas. La nueva hazaña de Raffetto hizo crecer la admiración que por él sentían los amantes de este tipo de exhibiciones. 

Una comisión de caballeros le entregó una medalla de oro con la siguiente inscripción en el anverso: “Al hércules italiano Pablo Raffetto. Sus amigos y admiradores.”, mientras que en el reverso rezaba: “En honor de haber volteado al famoso luchador francés Ceferino Capdevila. Buenos Aíres, Enero 7 de 1874.”.

Al siguiente domingo, Pablo luchó y venció al inglés John “El Gigante” Farrel y en breve venció a “El Polaco” Iván.  

El 4 de febrero de 1874 nació en la ciudad de Buenos Aires su hija Agustina.

A fines de este mismo año Raffetto hizo una rápida visita a Montevideo, invitado a luchar con un francés tenido por invencible: Batailler. Al derrotarlo, Raffetto ya no tuvo contrincante en el Plata y, para no dejar enfriar el entusiasmo de sus admiradores, ofreció un considerable premio al que lo venza. Como nadie lo lograba, el interés comenzó a mermar, entonces la imaginación del genovés concibió la posibilidad de una lucha con un animal pesado. Así, compró un oso y lo adiestró para ejercicios de lucha; al poco tiempo lo presentó al público y ofreció 50 pesos oro al que fuera capaz de voltearlo. El número en el circo de las calles Europa y Piedras constituyó un resonante éxito.

Muy emprendedor y lleno de inquietudes, cuando se retiró como luchador, se convirtió en director de pista y luego en empresario circense. Su castellano sumamente precario y mezclado con su italiano natal, hacía que la gente se riera enfáticamente en sus graciosísimos diálogos con los payasos en la pista.

Pero nada se comparaba con su “Disparo del cañón”. Se colocaba un pequeño cañón de aproximadamente 250 kilogramos de peso en forma cruzada sobre sus hombros, lo cargaban con un proyectil y con algo más de medio kilogramo de pólvora. Entonces se producía el disparo… Nadie pudo, salvo él, repetir aquella hazaña tan promocionada en los periódicos de la época.

            Hacía 1877, Raffetto se trasladó hacia Canelones, Uruguay, donde realizó numerosas presentaciones con variadas repercusiones. Tiempo después, enterado del éxito obtenido por los hermanos Podestá en las funciones que brindaron en el Jardín Florida, viajó desde Dolores a la ciudad de Buenos Aires para reunirse con ellos.

Prácticamente sin mayores prolegómenos, Raffetto y los Podestá hicieron un arreglo para trabajar juntos por seis meses en la provincia de Buenos Aires. El ferrocarril entonces solo llegaba hasta el Azul y ese fue el destino elegido. 

Raffetto y los Podestá en el Azul

Finalizaba el primer mes del año cuando llegó a nuestra ciudad la Compañía de Raffetto. Lo primero que hizo el matrimonio fue bautizar a la pequeña Luisa Josefa, que había nacido en Lobos el 4 de julio del año anterior. La ceremonia se llevó a cabo el 30 de enero de 1880, en la Iglesia Nuestra Señora del Rosario y el Sacerdote que la bautizó fue Pedro Castro Rodríguez (sacerdote que pasaría a ser recordado como el asesino de sus propias esposa e hija en Olavarría).

En esos días de calor, la compañía comenzó a recorrer el pueblo para promocionar “de boca en boca” el show. Una nota publicada en el periódico local “El Eco del Azul”, el día 1 de febrero de 1880, describe el espectáculo que pronto se estaría brindando en el pueblo:

“Circo Olímpico de Raffetto - Dirigido por el invencible Hércules italiano Pablo Raffetto, a beneficio del Hospital de las infatigables ‘Damas de la Caridad’. 

1° Apertura por la Banda de Música

2° La batuta elástica por varios artistas de la compañía, con la presencia de José Suárez en la peligrosa prueba del doble salto mortal o sea dar dos vueltas en el aire antes de tocar el suelo. 

3° Gran volteo a caballo por la niña de 5 años, Agustina Raffetto en la petisa ‘Vicenta’.

4° Sorprendentes trabajos de fuerza por el invencible Pablo Raffetto.

5° Acto principal por el niño Luis Fenegra saltando lienzos, arcos y toneles en su caballo “Colonia”.

6° Gran volteo terrestre por varios artistas.

7° Tranca española por el niño Antonio Raffetto.

8° Percha indiana ejecutada por Enrique Monfran y su esposa María.

Intervalo de 10’

9° Apertura por la Banda de Garibaldi

10° La sin rival traga espada, en la peligrosísima prueba de tragarse una bayoneta colocada en el fusil. 

11° ‘El negro esclavo Lilo Grandisse’, a caballo por el Sr. Francisco.

12° Aéreo volante por el equilibrista José Suárez.

13° Caballo en libertad con el petiso ‘Loreste’, por el domador Emilio Fernández.

14° La grandiosa prueba de la cuerda fija por Enrique Monfran.

15° La gran corrida sobre el globo subiendo por un tablón a una altura de 15 pies, por la gran equilibrista Luisa Raffetto.

16° Terminada esta grandiosa  función con el interesante clarinete.

El baile de máscaras

A las 8 y 30 en punto nota del gracioso clown de la compañía en honor del acto filantrópico que se obsequiará al pueblo con las escogidas piezas de su jocoso repertorio. 

Si por mal tiempo u otra causa imprevista tuviese que suspenderse la función será realizada en la noche del día siguiente.” 

Sin lugar a dudas, el payaso al que se hace referencia es al personaje de José “Pepe” Podestá, quien poco después se convertiría en el célebre “Pepino el 88”. Justamente, en su autobiografía titulada “Medio siglo de farándula” y publicada en 1930, “Pepe” Podestá cuenta la que fuera su primera visita al Azul, que coincidió con su debut en el interior bonaerense. Con humor y picardía describe aquellos tiempos:

“El año 1877 trabajaba en Canelones la compañía del popular hércules don Pablo Raffetto ‘40 Onzas’… (…) Era genovés, muy buen hombre, incapaz de una maldad: fortacho, un Hércules que lo mismo jugaba con balas de fierro pesadísimas, como luchaba con una elegancia singular o tomaba parte de pantomimas y sainetes, como hacía de director de pista charlando con el payaso en su media lengua criollo-genovesa, que tanto festejaba el público (…).

Cuando Raffetto se enteró del éxito obtenido en las pocas funciones que dimos en el Jardín Florida, bajó a Buenos Aires desde Dolores, en donde estaba con su compañía, y nos citó para tener una entrevista en un restaurante de la calle Maipú. Cuando llegamos el mozo le servía una fuente con doce huevos fritos.

Nos invitó a que lo acompañáramos a cenar, y que pidiéramos algo, porque aquellos doce huevos eran para él. Como le dijéramos que ya habíamos cenado, nos objetó:

-          Y yo que había mandado a preparar una tallarinada para seis personas, ¡qué lástima! pero le haré honor yo solo. 

Y entre charla y sendos vasos de vino, se echó al buche los doce huevos fritos y los tallarines para seis, mientras decía: 

-          Qué quieren, amigos, para sostener la fuerza que tengo es necesario llenar el estómago. 

Entre franca alegría formalizamos un arreglo para trabajar seis meses por el sud de la provincia de Buenos Aires. 

El ferrocarril entonces solo llegaba hasta el Azul; de allí  se salía en carretones tirados por caballos o bueyes, en ese tiempo conocí las primitivas estancias: miserables ranchos de paja y terrón; en algunas, alrededor del rancho se veía un gran foso con agua, para resguardarse de las invasiones de los indios.

Las divisiones de los campos se hacían por medio de zanjas que a la vez servían de represas para abrevadero de las haciendas. ¡Ni noticias de alambrados! ¡Cuántos dueños de campos no conocían los límites de sus estancias! También, ¡para lo que valían entonces los campos!

En el año ’80 cuando llegamos a Azul, lo invitamos para ir hasta la orilla del pueblo a ver las tolderías de los indios de Catriel.

-¡No! ¡no! -objetó Raffetto- No conviene, porque si el público me ve en la calle antes que en el circo, pierde novedad y después voy a ser tan vulgar como otro hombre cualquiera ¡No me conviene!

Una de las pruebas emocionantes que hacía era el disparo del cañón de 21 arrobas cargado con una libra de pólvora. Ponía el cañón cruzado sobre los hombros y un artista encima con dos banderitas que hacía flamear después que encendía la mecha y disparaba el tiro. Este artista era Felipe Rolando, un rosarino muy travieso. Un día le jugó una broma a Raffetto, cargando el cañón con la pólvora y dos ladrillos hechos pedazos.

En el momento de disparar el cañón Rolando no aportó por el circo, estaba escondido esperando el instante del disparo para ver desde su escondite, rodar por el suelo al hércules, pero se chasqueó el travieso pues ‘40 onzas’ triunfó como siempre, solo que con el cañonazo se quedó el circo a oscuras, apagando las lámparas de kerosén, y rompiendo muchísimos vidrios de la vecindad que Raffetto tuvo que abonar sin protestas.

El payaso de la compañía era un portugués, muy criollo y muy aficionado al droguis. Una noche había invitado al circo a una joven de quien estaba enamorado, y en el momento que recitaba “No es deshonra la pobreza”, al agregar: “y me mira con bajeza”, se fija en la joven y ésta le sonríe y él se pierde y no salía de “y me mira”… “y me mira”… Raffetto desde la puerta del picadero le sopla: -Cunbaquesa.

Pero el payaso embobado como estaba no oía nada; entonces don Pablo se le acerca y le dice:

-¡Haga el favor, vaya adentro a lavar los platos, vaya!

El payaso quiso tentar otra vez aguzando la memoria repitió:

-Y me mira… y me mira…

-¡Cunbaquesa, animal!- le agregó el director, y tomándolo de los fundillos y del cuello lo alzó en alto y lo llevó para adentro con la mayor naturalidad. El público aplaudió creyendo que eso debía ser así, y el payaso salió a agradecer los aplausos y entonces Raffetto exclama:

-¡Mireló…!¡mamireló…! Tiene tan poca vergoña que sale a recibir los aplausos cuando si no es por mí estaría diciendo “y me mira y me mira…” ¡Un corno lo mira!

El payaso repuesto ya, le contesta:

-No, señor Raffetto, me mira la mujer más linda que he conocido- y señaló a la joven, que ruborizada se tapó la cara con el abanico, mientras el público festejaba la ocurrencia.

Para todos sus ejercicios ofrecía premios en dinero a quien hiciera lo que él hacía. Cuando terminaba su acto de fuerza. Era aquel otro espectáculo. Entre aquellos aparatos había un gran mortero de mármol. La prueba consistía en levantar el mortero tomándolo por los bordes, haciendo fuerza con los cinco dedos de la mano derecha, y colocarlo sobre una silla; después bajarlo.

Cuando en los días de lluvia no podíamos funcionar con el circo, aprovechábamos ensayando bajo techo. 

¡Me parece que estoy viendo aquel cuadro!

Mientras unos hacían equilibrios en el trapecio o en la cuerda floja, otros probaban su fuerza en flexiones, planchas y barra fija. Por un lado mi madre friendo tortas o pasteles, que los hacía requetebuenos, ayudada por mis hermanas Graciana y Amadea, que cebaban mate para todos; por otro lado se escribía correspondencia , o se estudiaba como si fuera una verdadera escuela. Cuántas veces en noches frías, puestos en rueda al calor del fogón, les leía “Martín Fierro”, comentando su filosofía según nuestros alcances.

¡Qué lindas horas aquellas de juventud y ansias de saber, en pleno año 80!

Cuando en septiembre de ese año dejamos el Azul, lo hicimos en varias carretas tiradas por caballos. A poca distancia de la ciudad nos sorprendió un gran temporal, de esos que hacen época. Todavía recordarás los estancieros de ese tiempo las enormes pérdidas de ganados que tuvieron. Se calculó que no menos de medio millón de cabezas había perecido por efecto del frío y las inundaciones.

            Nosotros en medio del campo, campeamos el temporal valiéndonos de cuanto encontramos a mano. Para librarnos de la inundación y entrar en calor, hicimos entre todos un hoyo en el suelo, y la tierra que de él sacábamos lo poníamos de dique contra el agua. El hoyo tenía una desviación que a más de uno le sirvió de aposento para resguardarse del frío. Las carretas fueron colocadas en orden de defensa contra el viento, y para hacer pared desde el suelo al techo de los carros, nos servimos de paja cortadera que allí abundaba en gran cantidad. En fin, tres días de incesante lluvia y otros tres más sin podernos mover por el fuerte pampero y el gran fangal de los caminos.”.

            En septiembre de 1880 los Raffetto y los Podestá dejaron Azul en varias carretas tiradas por caballos. El siguiente destino era Tandil...

Familia de artistas

Pablo y su esposa recorrieron los principales puntos poblados del país, siendo siempre muy bien recibidos y con un destacado éxito en cada una de sus presentaciones. Al mismo tiempo, la familia se fue agrandando. El 19 de diciembre de 1880, en Ranchos –actual General Paz, Buenos Aires- nació Luisa Rosa; en la ciudad de Buenos Aires nacieron los últimos tres hijos de la pareja: el 6 de febrero de 1882 nació Magdalena, al año siguiente nació Margarita y, finalmente, el 17 de septiembre de 1884, Ángel. Éste último, con el paso del tiempo continuó la tradición familiar convirtiéndose en un verdadero gran artista integral de circo. 

En los años que estuvieron juntos, Pablo y Luisa tuvieron un total de dieciséis hijos, de los cuales solamente sobrevivieron ocho. 

Con el tiempo, la familia íntegra se incorporó al circo. Su mujer, doña Luisa, antigua ecuestre, pasó en la vejez a la boletería. Sus hijos: Ángel, Agustina, Josefa, Rosa y Margarita, desarrollaban en el circo las más diversas actividades: pruebista, malabarista y gimnasta, el primero; écuyères, prestimanos y pantomimos, las mujeres.

Por aquí y por allá…

En Rosario Pablo administraba el llamado “Politeama Humberto I” (habilitado en 1882),  que básicamente era un galpón, ubicado detrás de un gran patio abierto, donde se presentaron casi todos los circos que pasaron por la ciudad.

En pleno San Telmo levantó hacia 1886 otro local -galpón de hierros y chapas-, en la intersección de las calles Europa y Piedras, donde ya en otras ocasiones había plantado su carpa de lona. Y también habilitó el Politeama Gálvez, en Santa Fe, y otro establecimiento en Rosario.

En 1887 debutó en el Politeama la “Imperial Compañía Japonesa”. Para promocionar el show, Raffetto y los japoneses paseaban por las calles de la ciudad en dos grandes jardineras (especie de carruaje abierto y con toldo), acompañados por una banda de música.

Hacia 1890 triunfó la obra “Juan Moreira” en Buenos Aires, iniciando la “época de oro” del circo criollo. Poco después se hizo una versión con actrices en los roles masculinos en el Circo San Carlos. La crítica de “El Diario” del 22 de marzo de 1893 opinaba: “Agustina Raffetto hizo un Juan Moreira al pelo y todas sus hermanitas contribuyeron al éxito de la pieza. Juan Moreira representado por mujeres era lo único que nos faltaba ver. Esta noche se repite”.

La Compañía pasó por La Plata, Rosario y Córdoba.

En abril de 1900 el afamado Raffetto llegó a Tandil. Sus artistas promocionaron el espectáculo por las calles y los equilibristas hicieron lo propio caminando en la altura sobre una cuerda metálica tendida entre los edificios públicos. El acróbata italiano Santin Vanzella se subió a la monumental “Piedra Movediza”, hizo su número de acrobacia y se colocó cabeza abajo y se sostuvo unos instantes con un solo brazo. En la edición del 5 de mayo de aquél año, la revista “Caras y Caretas” publicó la fotografía de ese momento tomada por Pedro Momini.

A principios del siglo XX recorrieron provincias como Santa Fe y Entre Ríos, para llegar finalmente en 1905 hasta Jujuy.

El cielo Azul… 

Con 67 años de edad y su Compañía a cuestas, Pablo Raffetto volvió a Azul en enero de 1909. Aquel pueblo que había conocido, de casas bajas y humildes, ya no era el mismo; ahora ostentaba elegantes casonas de dos pisos, una delicada plaza que separaba un bello Palacio Municipal de estilo francés de un exquisito teatro y una gigantesca iglesia neogótica que aún se estaba construyendo… las calles adoquinadas… El progreso en cada esquina evidenciaba el esfuerzo conjunto de la ciudad y el campo. Pero algo no había cambiado y eso era el afecto que los azuleños dispensaban por los espectáculos circenses.

Las funciones fueron sucesivas y muy concurridas. Todas ellas mostraban una particularidad: Raffetto había incluido en su circo, tal vez volviendo a sus raíces, espectáculos de “luchas romanas”.

Cuando el trashumante cirquero dejó atrás la ciudad, íntimamente tal vez se despidió definitivamente de aquella tierra que tantas satisfacciones le había dado. Y siguió su camino por el interior de su Patria adoptiva…

La compañía recorrió Corrientes, Córdoba y en 1912 Raffetto adquirió un terreno en Tucumán, donde construyó un local de espectáculos circenses.

Pablo Raffetto, uno de los pioneros del Circo Criollo argentino, a los pocos días de haber cumplido 73 años de edad, falleció en la ciudad de Córdoba el 6 de mayo de 1914.

MÁS INFORMACIÓN EN: www.historiasypersonajesdelazul.blogspot.com

 

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