"Ellas y ellos estuvieron…" - Domingo Güemes

Por Eduardo Agüero Mielhuerry.

Cultura y educación 21/03/2024 NdA NdA
Domingo Güemes

Julio Domingo Güemes, nieto del general Martín Miguel de Güemes, nació en Salta, el 4 de agosto de 1854. Sus padres fueron Luis Güemes y Rosaura Castro. Tuvo al menos ocho hermanos: Carmen, Martín Miguel, Luis, Francisca, Rosaura, Hortensia, Julio  y Adolfo.

El general Dionisio Puch, cuñado del general Güemes, consiguió entre 1870 y 1871, le remitieran desde Salta gran parte de la documentación del héroe, para componer y publicar una biografía. En 1872 desistió de este propósito y encomendó a su sobrino nieto Domingo que recogiera la documentación que estaba en poder del doctor Dalmacio Vélez Sársfield.

Domingo inició sus estudios en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires, con la tesis “Obligaciones naturales”. Entretanto, un episodio marcaría su vida, quedando registrado en una misiva de puño y letra… 

Una carta cruda  

Juan Guillermo Durán, en su obra “La revolución mitrista y la trágica muerte del cacique Cipriano Catriel (Olavarría 1874): un aporte documental”, publicada en “Temas de Historia Argentina y Americana Nº 23” (2015), transcribe completamente “la carta del alférez Domingo Güemes, dirigida a su padre residente en Salta, que constituye una pequeña crónica, tejida de recuerdos personales, sobre la marcha del Ejercito Nacional tras los pasos de Bartolomé Mitre, desde su partida de Buenos Aires hasta el enfrentamiento de ‘La Verde’. Fue escrita el 23 de diciembre de 1874, una vez que el ejercito gubernista regreso Buenos Aires y se procedió a licenciar la tropa, para llevar tranquilidad a la familia preocupada por tener noticias fehacientes de dos de sus hijos, Domingo y Luis, y de cuatro sobrinos (los Tedín), todos estudiantes universitarios en Buenos Aires, que se habían alistado en la patriada no bien se publico el decreto de reclutamiento”. Como el mismo autor destaca, llegó a la misma –que forma parte del Archivo de la familia Güemes- a través de Francisco Lanusse Güemes (Paco) a quien le agradece haberle facilitado una copia:

“Buenos Aires, 23 de diciembre de 1874

Sor. Don. Luis Güemes.

Salta

Mi querido viejito:

Hace tres días o cuatro que nos encontramos libres de los cuarteles y campamentos, disponiéndonos a tomar nuevamente los libros y a preparar nuestros exámenes para Febrero o Marzo.

Desde el 11 de Noviembre que salí de Buenos Aires no había tenido ni una sola carta de Uds., como no habrán tenido Uds. mías, después de la que les escribí con esa fecha, porque era materialmente imposible escribir ni de Buenos Aires al Ejercito, ni del Ejercito a Buenos Aires.

Recién en el ‘9 de Julio’, en unos días que acampamos allí, pude conseguir escribirles. Esa carta ya la habrán recibido, porque la despache en los primeros días de Diciembre, el día antes de la rendición de Mitre, sino me equivoco.

De Uds. tuve cartas en ‘Chivilcoy’, cuando nos veníamos ya para Buenos Aires me las entregó Luis [Güemes]; allí nos vimos por primera vez con él. Después hemos recibido una fecha 20 y otra del 27 de Noviembre; y hoy hemos tenido otra de mi viejita de 4 del corriente. Por esta veo que ya sabían que yo había salido a campaña; pero extrañó lo que me dice mi vieja que sabían esto por una carta de Miguel [Tedín] y no porque yo les haya avisado, cuando casualmente la mañana del día en que salí, les escribí diciéndoles que me iba y por qué me iba, para que no creyeran que era porque me veía obligado a ello por falta de recursos. Como es probable que esa carta se haya extraviado voy a contarles la historia de nuestra campaña.

El 24 de Septiembre proclamaron la revolución los mitreros: en los diarios de ese mismo día se publicó el decreto del Gobierno ordenando se presentasen a sus respectivos cuarteles todos los ciudadanos hábiles para llevar las armas.

Como nosotros nos consideramos tales nos presentamos esa misma tarde, Juan María [Tedín], Hilario [Tedín], Luis y yo en un cuartel; Miguel [Tedín], Virgilio [Tedín] y Ceballos [Estanislao Zeballos] en otro. Estuvimos acuartelados en la ciudad hasta el 9 de Octubre que marchamos a Mercedes. Hilario, Luis y yo como soldados. Juan María había sido exceptuado del servicio como empleado de la Contaduría; Virgilio estaba de Secretario del Coronel [Luis María] Campos; Miguel exceptuado como Secretario de la Oficina de Ingenieros; y Ceballos era ya Capitán en un batallón que aun quedaba en la ciudad.

Nosotros habríamos podido poner personero, pero no quisimos, no por economía, porque es claro que en estos casos no debemos tener esos miramientos, sino porque no se diga que habíamos dado personero, a pesar de que muchos otros lo hacían. Por otra Parte, Virgilio trabajaba por hacerme nombrar ayudante de la Comandancia para evitar así que fuera de soldado y porque lo nombren practicante a Luis; pero la marcha nos sorprendió antes de conseguir ninguno de esos dos nombramientos.

La noche que llegamos a Mercedes, dormimos al raso, sobre un charco de agua y bajo una tormenta furiosa, sin más abrigo que una manta que nos dieron al tiempo de marchar. Naturalmente, esta maldita noche debía causarnos impresión a los que como yo estábamos acostumbrados a no mojarnos, y mucho menos a dormir al raso y sin otro colchón que un fango de agua y barro; amanecí inmóvil de dolor en todo el cuerpo y muy resfriado. Como el tiempo seguía mal, creí más prudente venirme a Buenos Aires; pero antes que yo avisara siquiera que estaba enfermo el Capitán de mi Compañía (yo no sé cómo supo) pidió autorización al Comandante del Batallón, el que a su vez le pidió al coronel Luis María Campos, para mandarme a la ciudad. A las 4 de la tarde me fui al pueblito de Mercedes, y al día siguiente, a la misma hora, tome el tren para Buenos Aires. A los dos días siguientes conseguimos el nombramiento de Luis y de Hilario para practicantes y se vinieron también.

No había querido avisarles antes que yo me vine enfermo del Ejército, porque no se afligieran; no me imagine que D. José M. Arias fuera tan comedido. Entre los comedimientos de D. José Manuel, éste es el que menos le he agradecido; porque a qué fin ir a intranquilizarlos con la noticia de mi enfermedad, cuando mi enfermedad no era sino un resfrío que en cuatro días de no mojarme fue a parar a los infiernos, dejándome apto para emprender de nuevo la campaña? Dejemos a D. José M. y volvamos a seguir nuestra campaña.

A los pocos días se volvió Luis de practicante al Ejercito, que lo alcanzo un poco mas delante de Dolores. Dejo para que Luis les cuente lo demás que se refiere a este Ejercito, porque no estoy bien impuesto.

El 11 de Noviembre, a las 8 de la mañana, salimos con Virgilio con rumbo a Dolores, de donde se separaron el día antes los Ejércitos de los dos Campos. El de Julio se dirigió al Azul; el de Luis María hacia ‘Las Flores’. En Dolores tomamos caballos, y acompañados de varios otros oficiales y del Comandante Maldonado, seguimos al trote y galope a alcanzar al Ejército. Al tercer día, a las 8 de la noche, lo alcanzamos 8 leguas más adelante del pueblito de ‘Rauch’. Desde allí fui Ayudante del coronel Garmendia. A los dos días o tres llegamos al ‘Azul’ de donde el enemigo había salido el día antes. Campamos allí esa noche, y al día siguiente seguimos a ‘Olavarría’, donde llegamos como a las 4 de la mañana del día siguiente, después de haber caminado el día y la noche. Allí tuvimos al enemigo a manos de tres leguas; pero abandonando sus cañones, y carros de municiones y armamentos, tomaron las de Villa Diego; y como nuestros caballos con la marcha forzada estaban inutilizados, tuvimos que quedarnos sin poder perseguir.

Como a las 12 del día se nos presentaron cerca de 1.000 indios, que encabezados por Juan José Catriel, se habían sublevado contra el General y Jefe de la tribu [Cipriano] Catriel (hermano de Juan José) y lo traían prisionero.

Al día siguiente volvimos hacia el ‘Azul’ donde llegamos después de dos días de marcha. Allí acampamos tres o cuatro días, hasta hacer descansar las caballadas, proveernos de todo lo necesario para continuar la persecución.

Al cabo de esos cuatro días, seguimos de nuevo hacia ‘Olavarría’, donde tuvo lugar el lanzamiento de [Cipriano] Catriel. Todos los indios, y su nuevo Jefe, el hermano de Catriel [Juan José], pidieron a [Julio] Campos se los entregara a aquel y al Consejero [Santiago] Avendaño para lancearlos. Como el único medio de conservar a los indios de nuestra parte, era accediendo a sus exigencias, y como [Cipriano] Catriel y su Consejero merecían bien la muerte, Campos se los entrego.

Yo presencié ese bárbaro espectáculo de una manera casual. Venía del pueblito [Olavarría] al Campamento cuando vi que los indios armados de sus chuzas, forman cuadro, galopaban y hacían mil evoluciones. Me aproximé, y vi a Catriel y Avendaño a pie en el centro. Catriel se paseaba envuelto en una manta azul y echando una mirada terrible sobre los indios; el bandido Avendaño temblaba y suplicaba que no lo mataran; pero los indios echaron pie a tierra y los atravesaron a lanzazos. Catriel, cuando le tiraron el primer lanzazo, tiró la manta hacia atrás, y quitó la lanza que le dirigían al pecho; pero al mismo tiempo le clavaron otra en la espalda y cayo echando una maldición a los indios. Así concluyeron Catriel y su Consejero, los dos bandidos más sanguinarios y crueles de la pampa.

Al día siguiente de esto, nos pusimos en marcha la ‘Blanca Grande’, donde estaba Mitre. Llegamos allí después de tres o cuatro días de marcha. No encontramos en ese fuerte sino dos mujeres, dos chiquillos y dos soldados de Mitre, dementes; todas las casitas vacías, los campos llenos de papeles: era que una cuadrilla de indios había entrado, robado y llevados cautivos hombres, mujeres y niños; y los pocos que se habían escapado de caer en sus manos, andaban huyendo por los campos: todo esto es una de las obras filantrópicas del Gral. Mitre, uno de esos grandes favores que ha hecho a la República Argentina, y mediante los cuales su nombre será inmortal como el de [Cipriano] Catriel, Avendaño, Rosas y Eduardo Costa.

Al día siguiente salimos de la ‘Blanca Grande’, como a las tres leguas llego un chasque anunciando la derrota de los ‘mitreros’ en ‘La Verde. Después de dos o tres días de marcha por unos guadales donde diariamente se quedaban trescientos o cuatrocientos caballos empantanados y cansados, llegamos a ‘La Verde’ donde encontramos más de 100 caballos muertos y una porción de sepulturas.

Descansamos allí mismo un momento y volvimos a seguir la marcha. Al día siguiente, o a los dos días, llegamos al ‘9 de Julio’, donde el día siguiente de campar, recibimos la noticia de la rendición de Don Bartolo, de ese canalla que prefirió vivir deshonrado, a morir siquiera con gloria, peleando. El pretende lavarse las manos diciendo que se ha rendido por evitar la efusión de sangre de los hermanos. ¡Siempre hipócrita! Si sus hechos anteriores, presentes y futuros no mostraban que ni el agua ni el vino han servido a saciar su sed, sino la sangre de los hermanos derramada cinco anos en el Paraguay; y toda la vida de Mitre en todas partes de la República podríamos creerle, pero por desgracia su vida, sus inclinaciones y sus actos son bien conocidos y no nos muestran en el sino al hombre más canalla de la humanidad. ¡Y que este bandido haya tenido el atrevimiento de calumniar la memoria de un patriota que sacrificaba su vida por su patria, mientras el sacrificaba su patria ha su ambición! Esto es lo que no le perdono ni le perdonare nunca a Mitre.

Al día siguiente de la noticia, nos pusimos en marcha hacia Chivilcoy, donde llegamos dos días después. Allí nos vimos con Luis [Güemes, el hermano] y con Hilario [Tedín]. Después de 4 o 5 días de campamento en Chivilcoy nos vinimos a Palermo. Allí estuvimos campados como otros 4 días. El jueves 17 [de diciembre] hubo una gran parada. Desfilaron por las calles más centrales, adornados con flores, banderas, etc., más de 14 o 15 mil hombres. Hicieron un esplendido recibimiento a los Ejércitos [nacionales].

Al día siguiente nos licenciaron, y hoy ya estamos de particulares, todos reunidos con excepción de Juan María [Tedín], que sabemos está bien, y sólo muy ocupado con tantos heridos y enfermos que tenía que atender.

Virgilio [Tedín], Luis [Güemes] y yo, hemos vuelto desconocidos de gordos, quemados y sanos. Es admirable, tanto sufrir soles, lluvias, hambres, malas noches, malos alimentos, etc.; y mil y un dolor de narices hemos sentido.

Hoy les hice un telegrama avisándoles que sabíamos que Juan María [Tedín] estaba también bueno, y exigiéndoles contesten nuestros telegramas.

De regreso de la campana encontramos a Pio Uriburu acá. Nos entrego una carta y la encomienda de los 8 cóndores [sic]. Los 1.000 pesos que debe entregar a Luis [Güemes], le dijimos que podía aun tenerlos si los necesitaba; pero él le dijo a Luis que fuera a recibirlos cuando quisiera, que los tenía a su disposición. Luis no ha ido hasta ahora, pero ira mañana o pasado.

Ayer fui llevándole la carta de Julio a Federico Puch. Me desespero con la historia de la pobre Celia, mostrándome cartas y documentos y contándome de nuevo la historia que tantas veces me la había contado. Está monomaniaco o nonomaniatico como diría D. Ventura Figueroa.

Me dijo que te había escrito una carta que deseaba se la contestaras. Que en ella te hablaba sobre el asunto hijuelas, pidiéndote [rotura] dando los pasos necesarios a fin de terminar cuanto antes los arreglos de la testamentaria de mi bisabuelo Puch. Que él creía ir a Salta tal vez pronto, pero por muy pocos días, y que quería en esos días que este el allí concluir con estos asuntos.

Yo pienso ahora preparar mi examen para el 1° de Febrero, porque como ya tenía estudiado gran parte de él, no me será difícil hacerlo. Luis creo que esperará hasta el 1° de Marzo.

Ojala este corriente la línea del telégrafo para pasado mañana para poderla saludar a mi viejita con un telegrama. En el próximo correo le escribiré otra tan extensa como esta, lo mismo que a Martín.

A mi tío Pio y mi tía Eulogia que no tengan ningún cuidado por Juan María (que de todos nosotros es el que ha estado más en peligro), que sabemos que está bien, muy ocupado solamente, por que como cirujano tiene mucho que curar.

Dámeles a mis viejitos, a Aurora, Eulogia, Godo y Shiero un abrazo, y con mi vieja, hermanos y hermanitas recibe otro de tu hijo. Domingo Güemes.

                                                                                                                                 Buenos Aires, diciembre 23 de 1874.”.

Otros rumbos

Domingo Güemes se graduó de abogado y se doctoró en jurisprudencia en 1876. De regreso a su provincia se dedicó al ejercicio de su profesión, convirtiéndose en uno de los más destacados abogados de su época. Fue profesor del Colegio Nacional y a su vez desempeñó diversos cargos públicos como legislador provincial, intendente de la Capital y ministro de Gobierno. En 1883 fue elegido diputado nacional.

Fue uno de los fundadores de la Unión Cívica en Salta, junto a los doctores Outes, Ortiz y Latorre. 

El 27 de mayo de 1893 contrajo matrimonio con Francisca Torino Solá. Tuvieron al menos cinco hijos: Carmen Rosaura (1894), Francisca (1895), Martín (1900), Carlos (1907) y Jorge (1912).

Debido a los hechos de 1893, debió huir del país, refugiándose en Montevideo.

En sus últimos años, se dedicó a organizar un riquísimo archivo que contenía importante documentación de la historia salteña, particularmente relacionada con su ilustre abuelo, Martín Miguel, aporte heurístico que hizo posible la aparición de numerosas publicaciones sobre el tema, entre ellas la “Historia de Güemes y de Salta de 1810 a 1832”, escrita por Bernardo Frías (Salta 1902).

Domingo Güemes falleció en Buenos Aires el 2 de noviembre de 1923.

MÁS INFORMACIÓN EN: www.historiasypersonajesdelazul.blogspot.com

 

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