"Ellas y ellos estuvieron…" - Julián Andrade

Por Eduardo Agüero Mielhuerry.

Cultura y educación 18/04/2024 NdA NdA
Julián Andrade

Juan Moreira tenía sólo un caballo bayo, un pequeño perro llamado “Cacique”, un poncho, un enorme facón -que le fuera obsequiado por Adolfo Alsina, de quien fue guardaespaldas- y dos trabucos. Pero por sobre todas las cosas, tenía a Julián Andrade, su amigo fiel. Nada más… Siempre dormían a cielo abierto, con el perro como guardián, y jamás desensillaban por si tenían que huir. Llevaron una vida errante y violenta, enfrentándose a numerosas partidas policiales y librando combates desiguales de los que siempre salieron airosos.

Las desventuras de Moreira comenzaron en un paraje de Matanzas (actual San Justo), donde asesinó al pulpero genovés Sardetti, disputando por una deuda que éste pretendía desconocer. El Juez de Paz de la zona había actuado con parcialidad en favor del comerciante, y el gaucho -que ya había tenido problemas con la policía debido al hostigamiento de un teniente alcalde que codiciaba a Vicenta Andrea Santillán, su esposa y madre de sus hijos-, tuvo que escapar hacia Saladillo. Empero un día retornó para vengarse y le dio muerte en un fiero entrevero a facón.

Inseparables…

Hacia 1870, Moreira huyó de la justicia dirigiéndose a Navarro, de donde era oriundo Julián Andrade -padrino de su hijo Juancito-, quien se uniría a él en sus correrías hasta su muerte… 

El juez de paz José Correa Morales, le brindó protección y lo nombró sargento de policía. Pero cuando el juzgado cambió de titular, Moreira dejó el empleo. Y en breve, en un incidente tal vez de tinte político, Moreira dio muerte de veintinueve puñaladas en una pulpería al teniente alcalde Juan de Córdoba. Así, su destino quedó definitivamente marcado…

Corría el año 1873 cuando, en Veinticinco de Mayo, Moreira y Andrade protagonizaron un conflicto en una jugada de taba que alertó a las autoridades. Al día siguiente, el sargento Patricio Navarro y dos agentes pretendieron aprehenderlos. Pelearon fieramente y Moreira logró herir al Sargento y huyó con su cómplice robándoles un caballo y otras prendas.

Los amigos se refugiaron en las tolderías de Simón Coliqueo, en Nueve de Julio, empero después de una temporada, ambos se marcharon en no muy buenos términos…

Además de sus duelos ocasionales con algunos provocadores y de feroces choques con las partidas, en los que liquidaron a varios hombres, las autoridades los acusaron por otros delitos, como el degüello y robo a un italiano repartidor de pan en la campaña. 

En 1874 Moreira actuó como cuchillero del partido de Mitre, en un escandaloso comicio que le dio notoriedad en la prensa e incluso en los debates parlamentarios. A su vez, se batió con José Leguizamón, un matón de renombre, que murió una semana después por causa de las heridas recibidas.

Cansado de las fechorías de Moreira y Andrade, el gobernador bonaerense, Mariano Acosta, comisionó al inspector de policía Adolfo Cortinas, para que capture al temible matrero y a su cómplice. Desprejuiciados, sin temor alguno, ambos esperaron a la numerosa partida en la fonda principal del pueblo de Navarro y, dejando a oscuras el local, burlaron a los vigilantes a trabucazos y puñaladas. 

El 6 de abril, Moreira tuvo un encontronazo con la policía, en el cual recibió una herida en el rostro y otra en la mano. Cuatro días más tarde, en vísperas de las elecciones presidenciales, él, su compañero de aventuras y tres sujetos más que los seguían, ultimaron en su propia casa al estanciero José Melquíades Ramalhe (o Ramallo) y a uno de sus peones, por motivos que nunca se aclararon.

El final de la célebre dupla

El 30 de abril de 1874 el juez de paz de Lobos, Casimiro Villamayor, por orden del Gobernador, envió a veinticinco hombres que, al mando del comandante Francisco Bosch perteneciente a la policía de Buenos Aires, se dirigieron al almacén y pulpería “La Estrella” (ubicado en lo que hoy es el Sanatorio de Lobos en la intersección de las calles Chacabuco y Cardoner).

Juan Moreira peleó con todas sus fuerzas, pero justo cuando estaba a punto de saltar la pared que se interponía entre los policías y su caballo, fue herido por la bayoneta del sargento Andrés Chirino, que le perforó el pulmón izquierdo. Sin embargo, el aguerrido Moreira alcanzó a disparar su trabuco hiriendo en el rostro a Chirino -que perdió un ojo- y a cercenarle cuatro dedos de un cuchillazo, lesionando además al capitán Eulogio Varela.

Vilmente derrotado, Juan Moreira murió al instante.

Entretanto, Julián Andrade, había sido sorprendido en un cuarto contiguo. Al hallarse durmiendo, no pudo resistirse, quedando apresado. Justo fue retirado de la habitación en el momento en que su admirado amigo Juan moría en medio de borbotones de sangre.

Un legado irreverente 

El 2 de mayo de 1874, Julián Andrade, nacido en 1848, hijo de Guillermo Andrade y Crescencia Jara, quedó detenido en la cárcel “La Blanqueada” de Mercedes. Fue condenado por homicidio en riña, por el juez doctor Francisco Ramos Mejía. Inmediatamente se convirtió en un preso célebre y desde entonces no dejó de recibir diversos regalos de las mujeres que iban a visitarlo: chiripás, yerba y azúcar, cintas bordadas con mensajes, entre otras prendas y alimentos.

Harto de estar entre rejas, un día voló un muro -gracias a la pólvora que escondida en panes le acercaba alguna mujer- y encabezó la huida con varios cómplices: Mariano “El Paraguayo” Benítez, Máximo Romero y Simón Ardiles. Sin embargo, la libertad les duró poco… aunque les alcanzó para cometer varios delitos en los campos aledaños; sin contar las culpas que les endilgó la policía… 

Recapturado y castigado, el 8 de agosto de 1879, Andrade fue trasladado a la entonces flamante Penitenciaría de Sierra Chica donde se convirtió en el preso número 15. Fue condenado a “reclusión perpetua”.

No menos célebre que en la cárcel anterior, comenzó a ser visitado asiduamente por el general Francisco Leyría, el poeta Víctor Olegario Andrade (sin parentesco), Eduardo Gutiérrez (autor de la novela gauchesca que retrata la vida de Juan Moreira), Ángel Falcón, el escritor Julio Llanos y el coronel Benito Machado, centinela de la Frontera Sur con asiento en Tandil, entre otros.

En el penal aprendió rudimentos de tipografía, picó piedra y con el tiempo se convirtió en un preso de conducta ejemplar. Lentamente fue “resocializándose” 

En 1887, varios vecinos caracterizados, encabezados por el general Leyría, pidieron el indulto de Andrade al gobernador Máximo Paz. Tras trece años de prisión, Julián Andrade quedó libre por un perdón llamado “la Libra del 25 (de mayo)”.

El Gobernador accedió a la liberación en atención a que el reo “ha dado pruebas de completo arrepentimiento y observado conducta ejemplar a tal punto que ha llegado a exponer su vida concurriendo eficazmente a sofocar una sublevación en el presidio de Sierra Chica, habiendo prestado otros servicios que le han hecho acreedor a la consideración especial del Poder Ejecutivo”.

Escribiendo una nueva historia en Azul

Apenas liberado, en un principio, Andrade se instaló en el pueblo de Olavarría, donde estuvo al servicio de un caudillo político que le proveía casa, carne y protección a cambio de hacer algunos trabajos propios del ambiente más violento: correr alambrados, quemar parvas, destruir sembrados, espantar animales a tiros, todo para correr fuera del partido a pequeños pobladores y colonos.

Casi inmediatamente, Andrade volvió a sus viejos vicios. Frecuentador de boliches y diestro peleador, habitualmente fue detenido en cuadreras y bailongos, empero siempre quedó liberado mediante la fianza que pagaba su patrón.

Tiempo más tarde comenzó a trabajar como capataz del establecimiento “San Luis”, en el Partido de Azul, propiedad del mitrista y masón Ramón Vitón.

En el pueblo del Azul, donde culminó radicándose, Julián conoció a la jovencita Dominga Córdova, azuleña, nacida en 1871, hija de Benito Córdova y Gregoria Fernández, más de veinte años menor que él, quien se convirtió en su compañera hasta el final de sus días. Ambos se enamoraron profundamente… 

El primogénito de la pareja, llamado Julián, nació el 6 de enero de 1890 y fue bautizado por el padre José M. Cambra en la Iglesia Nuestra Señora del Rosario el 19 de abril del mismo año. 

Los concubinos tuvieron en total nueve hijos, de los cuales al menos el ya mencionado, junto a Pedro Julián, Benito y Teófilo, nacieron y fueron bautizados en nuestro pueblo.

El espíritu rebelde y bravío de Andrade, el 30 de julio de 1893,  lo llevó a participar en la revolución radical iniciada desde Azul y encabezada por Hipólito Yrigoyen. Matías B. y Miñana, Luis Aldaz, Isidoro Sayús y Ángel Pintos, entre otros destacados vecinos, participaron activamente del alzamiento -organizado también en casi todo el territorio bonaerense-, tomando la municipalidad y la comisaría. Julián Andrade supo hacer gala de su coraje en lo que en Azul fue un abierto enfrentamiento contra los hermanos Manuel y Evaristo Toscano.

De profesión “visteador”

La habilidad de Julián Andrade como visteador -duelista criollo de exhibición- llamó la atención del acaudalado martillero azuleño Rosa Ávila, quien pronto logró asociarse con él para animar remates de hacienda y fiestas de estancia.

Maestro en el manejo del cuchillo, pero especialmente del facón, Julián supo hacer de él no solamente un instrumento de trabajo y una eficiente arma de pelea sino también una herramienta fascinante para lucirse en un espectáculo como la visteada. Así, Andrade se convirtió en uno de los más famosos. Sin embargo, su nuevo empleo no lo eximió de seguir siendo observado agudamente por la Justicia. En una causa de noviembre de 1894 por un lío generado como consecuencia de las fuertes apuestas sobre los visteadores figuraba “…de estado casado, profesión jornalero, domiciliado en el Azul y accidentalmente en la suerte de estancia Nº 274 de este partido…”.

Una de las más famosas visteadas que se dio en Azul fue protagonizada, en la Feria de Ávila, por el célebre Andrade y el propio dueño del lugar, don Rosa Ávila. El juez en aquella ocasión fue Pacomio Ávila, hermano del contrincante. El episodio convocó a centenares de personas y culminó con la aplastante victoria de Andrade.

Julián Andrade vivió casi treinta años en Azul, empero a pesar de haber tenido un cambio rotundo en su conducta, para muchos seguía siendo un gaucho matrero. Su pasado continuaba siendo un estigma que muchas veces lo tentaba a desenvainar su facón para defender su honor.

Un particular reencuentro…

Hacia 1915, Andrade rumbeó hacia Tandil, para reencontrarse con viejos amigos y buscar nuevos horizontes... 

Apasionado por los caballos, pronto encontró una interesante actividad hípica en la serrana localidad donde no tardó en conseguir trabajo como cuidador de parejeros en el hipódromo local.

Poco después llevó a su mujer y a sus hijos para vivir todos juntos en el rancho que había levantado en la calle Mitre 1351.

Sus últimos años transcurrieron en paz. A pesar de la pobreza, crió a sus hijos dignamente y sostuvo el hogar infatigablemente. Vagamente algún periodista rompió su monótona rutina persiguiendo la exacerbada leyenda de Moreira, empero en cada entrevista mantuvo su rostro adusto imperturbable aunque con sus ojos inundados de nostalgia.

Julián Andrade falleció en Tandil el 9 de agosto de 1928. Y fue entonces cuando, seguramente, se reencontró con su amigo, Juan Moreira, de quien nunca dejó de contar sus hazañas, añorando los viejos tiempos de ensangrentados caminos…

Amigos…

La amistad es una de las relaciones interpersonales más comunes que la mayoría de las personas tienen en la vida. Y en este caso, el estrecho vínculo que mantuvieron Juan Moreira y Julián Andrade los llevó a transitar por los mismos sinuosos y complejos caminos, marcados por la violencia propia y la de una sociedad que no dudó en juzgarlos, pero que al mismo tiempo los convirtió en leyendas vivientes hasta el extremo de llevar sus vidas al teatro y posteriormente al cine, la radio y hasta la televisión, sin olvidar la extensa literatura que se ocupa de sus andanzas.

En el Azul, donde se radicó después de trece años de prisión, Julián Andrade supo construir una nueva imagen pública redimiéndose de alguna forma de todas las fechorías que antes había cometido. De hecho, en poco tiempo se ganó el respeto y la consideración de los azuleños (y los foráneos), construyendo con varios de ellos, como por ejemplo el general Francisco Leyría, excelentes lazos de amistad.

Entre varias ocupaciones ligadas al campo, también trabajó como cuidador de caballos en alguno de los tantos studs que había en nuestra ciudad.

MÁS INFORMACIÓN EN: www.historiasypersonajesdelazul.blogspot.com

 

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